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miércoles, 15 de febrero de 2017



La paradoja de toda práctica espiritual es esta: Debemos hacerla para "ver" que no estamos "haciéndola".

Codorníu no quiere soltar su aparente existencia como individuo, verdadera causa del sufrimiento. Tal creencia proyecta en su mundo externo la ilusión de que es un cuerpo, separado del resto. Esa poderosa ofuscación tiene raíces profundas en niveles de la mente que serían de imposible acceso sin mi ayuda.

Estos días no coincidimos por Madrid y me tengo que conformar con enviarle pensamientos cuando baja la guardia en alguna práctica dirigida a “parar” la mente conceptual. Solo entonces puede ser consciente de la pantalla (o el espejo) que subyace detrás. 

- No hay consciencia individual en ningún personaje que aparece separado en este sueño del mundo –susurro más allá de su oído-. Tampoco en ti, en ninguno. Pero hay una conciencia común, única y completa, detrás de todos los personajes, detrás de toda la película globalmente considerada.  

Mira detrás.

El caso de la pantalla o el espejo me han funcionado muy bien como metáforas ejemplares. A veces pienso que está a un clic de conseguir apartar los velos que le engañan; sin embargo, más de una vez se ha quedado embelesado mirando el dedo que señala a la Luna, y de ahí no pasa. El otro día le advertí que los ejemplos son de mucha ayuda, siempre que no se quedase enganchado.

- En este camino de ir abriéndose paso entre tanta oscuridad, solo una palmatoria auténtica nos guía: la atención. Gracias a ella, quedarán en evidencia cientos de acciones sin sujeto. Cuantas menos de estas te pierdas, mejor. Son vagones que has de ir desenganchando de la máquina -ese yo permanente que crees ser-, hasta dejarla sola y sin sentido. No basta con comprender intelectualmente que tal yo permanente no es más que una alucinación: hay que "ver" que no hace nada, que no tira de nada. 

Pero con solo deducirlo no basta. 

Defiende con uñas y dientes la credibilidad de su existencia como si fuera verdaderamente real. Para ello cuenta con un montaje muy potente, su identificación con el cuerpo. 

Esa es la última baza a la que se aferra permanentemente.
 

jueves, 2 de febrero de 2017

Me instalé en el Monte Tiantai, nadie me cuida. Ya no ocupan mi mente pensamientos vanos. Más libre que las rocas donde escribo versos, me doy, cual barco sin amarras, a los hados.
                                       Han Shan (siglo IX)

Pasaron quince días desde aquel encuentro en el Retiro; pero fue suficiente tiempo de espera. Una mañana, puse un programa en el buzón de Codorníu para remover viejos placeres intelectuales. Al domingo siguiente hacía cola ante El Prado para disfrutar de una reciente muestra de Metapintura.

Aguardé a que llegase delante del retrato de Jovellanos, de Goya, para hacerme la encontradiza; a partir de ahí, caminamos juntos por las salas. Todo lo que vimos, le sobrecogía; sobre todo la fuerza que emanaba de las imágenes religiosas de Murillo. Aunque también noté que "se le fue la olla" ante la escultura de Palas y Aracne, de Rubens...

Desde el primer momento, mi meta fue ponerle ante las Meninas, donde iniciamos una reflexión acerca del papel desempeñado por el cuadro dentro del cuadro que, algún arquetipo, siglos ha, debió "soplar" -con fines similares a los míos- al oído del artista. A Codorníu le conmovió enseguida el intento de Velázquez por trascender el espacio pictórico a fin de perpetuarse en su ausencia, cuando solo el espectador tuviera la oportunidad de estar presente. 

- En su sed de eternidad, don Diego se desdobla y deja algo de él en tierra de nadie. Se puede decir -añadió Codorníu-, que es una manera "sui géneris" de estar y no estar en el tiempo. Yo creo que...

- Así andas tú, más o menos -le corté bruscamente-, jugando a tratar de estar con un pie en el teatro (queriendo gozar de identidad propia, aunque sin sus amargas consecuencias) y con otro en el Cielo, deseando gozar plenamente de paz; si bien no tanto como para que se difumine tu conciencia de individualidad. Es decir, quieres mantener tu yo permanente y separado, pero eliminando el sufrimiento; sin comprender que tal entidad individual y la carencia de paz van inseprablemente de la mano. 

Tarde o temprano verás que ese camino no tiene salida.

Sentí su desasosiego por mi comentario, e hice una pausa más que intencionada. Como Velázquez, también Codorníu estaba intentando volver posible lo imposible. Entender intelectualmente que la persona es ilusoria no logra pasar de la cabeza a la realidad, ya que eso significaría su fin. Por decirlo en metáforas zen: Aunque ya ha visto las huellas del buey, no termina de dar con una manera directa y eficaz de encontrarlo. Una mera deducción a nivel del córtex no es suficiente empujón para cambiar creencias en el bosque profundo del subconsciente...  De hecho, no es frecuente que así suceda. Esa clase de comprensión está destinada a morir pataleando boca arriba como las cochinillas o corneando en una plaza de toros,  agotada contra su propia sombra.  Por eso le dije:
 
- Actúa con toda tu alma como si hubiera algo que puedas hacer, a pesar de que no hay nada que puedas hacer. Cuando te desplomes fracasado, rendido y entregado; convencido de lo inútil que es albergar toda esperanza de que logres algo por ti mismo... entonces -y solo entonces- estarás dejando sitio a la Presencia permanente del espejo vacío, libre de toda forma personal separada que osaba embotellarla. 

En Tal realidad ya no caben sueños ni espejismos; solo una gozosa e indivisible Paz, a cuyo paso florece todo lo que fue marchitado por una realidad meramente representada.