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martes, 3 de enero de 2017


La proyección da lugar a la percepción. Esta última es un resultado, no una causa; un espejo, no un hecho. Y lo que contemplas es tu propio estado de ánimo reflejado afuera
                                            (UCDM)
Mientras estés buscando, nunca lo encontrarás –le susurré a Chumpéter aquella noche de Reyes, cuando bailábamos en una de las últimas fiestas que hicieron los empleados de banca–, porque es el mismo ego el que trata de escapar del ego.
      Aunque no era el momento, y no me hizo ni puñetero caso, insistí:  
Siempre estamos eludiendo ser lo que ya somos; por eso en lo externo nos proyectamos como una persona separada, existente y real, cuando lo cierto es que somos una apariencia mental que se busca de manera inútil, visionando cada día la película "El mundo", entre cuyos "papeles" no podrá encontrarse jamás. Mejor boicot, imposible.
     La memoria me transporta a un salón de baile, al final de la calle Toledo, próximo a la glorieta, que, antes de ser un solar donde están construyendo ahora un bloque de apartamentos, fue uno de los mayores cines del barrio en los años sesenta. Ya ha llovido lo suyo; aunque me parezca que estoy entrando por la puerta según escribo y lo recuerde tal como era.
– Piénsalo –pude continuar en el descanso de unos besos con estrabismo tras el enésimo havana con limón–. No encontramos quiénes somos, porque estamos buscándonos.  ¡Lástima de vueltas y más vueltas! ¡Tú eres lo que buscas! O para hablar más concretamente: la búsqueda misma.
– Visto así, parece un callejón sin salida –me comentó–. Si lo que dices fuese cierto, implicaría que lo que percibimos no son formas físicas, sino imágenes mentales. Admito que la consciencia crea ser el cuerpo, porque es lo primero que aparece ante ella y a lo que tiene que agarrarse para evitar el mareo de eso que llamas "vacuidad". Imagínate el sinsentido y la angustia de un espejo vacío.
– Como concepto, quedaría roto –le dije, aplaudiendo–. Como yo, que también estoy rota de lo incrédulo que eres añadí, cansada, mientras me ponía en pie–. Mañana me voy de Madrid.
     Esa fue la última conversación que tuve con Chumpéter. Por aquel entonces, mi vieja historia personal se iba apartando ya de su lado, entregada mi mente a la certeza de existir sin identidad, al conocimiento de estar presente y presenciando. Necesitaba poner tierra por medio en esta relación que mantenía con él, ya que reforzaba la ilusión de vivir en una forma física. Fue una renuncia necesaria por deseada, sin apenas sufrimiento por mi parte. Por aquel entonces, ya tenía claro que cada ser no posee una consciencia para él solo; se trata de la misma consciencia asumiendo innumerables formas.
    Al día siguiente volví de regreso a Santiago. Durante mi "casual" estancia universitaria, logré despojarme de lo que pude, conforme a las circunstancias que tuve. Sucedió todo despacio, muy despacio; como una destilación... Nunca agradeceré lo suficiente el detalle del guionista al encargarme la tarea cuidadosa de ir ayudando a desvestir el ego de Codorníu (como antes hiciera con el mío), sin romper bruscamente su sueño de cristal.
     Después de mi despedida a la francesa, Codorníu se marchó también de Galicia. “Si algún día te vas, déjame que te espere; aunque no vuelvas”, me dijo en uno de sus últimos encoñamientos. Pero, unos meses más tarde, abandonada toda esperanza, regresó y se instaló en Lavapiés, un barrio del que yo no paré de hablar en Santiago dejándole miguitas de pan como a Pulgarcito. Supongo que lo haría por eso, ¿acaso tenía otra pista para recuperar mi rastro de nuevo? 
    Su estado de ánimo me conmovió y un domingo me hice la encontradiza por el Retiro en la cola del alquiler de las barcas. Era una bonita mañana de invierno, clara y no tan fría para ser de enero. Varias veces se quedó en blanco viendo cómo la gente disfrutaba despatarrada al sol por las escaleras del monumento ecuestre a Alfonso XII. Tras uno de esos instantes de éxtasis, le dije:
– Lo que percibimos no son formas físicas, sino reflejos mentales. Por más que los veas o los fotografíes, no hay cuerpos aquí. Si los ves es cosa tuya, y no porque estén. Los cuerpos, las formas, no existen de la manera en que aparecen. A ti, que te pone todavía la cuestión social, te costará admitir que todas las imágenes del mundo están ya rodadas, y no podemos cambiar lo que ya acabó.

1 comentario :

  1. Ya estoy aquí, he puesto la dirección en mi lista de blogs para que nada más que publiques algo, yo no me lo pierda. Un beso gigante

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