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martes, 19 de mayo de 2015

Un viejo estanque:
una rana salta,
¡Plof!
      (Matsuo Basho, s. XVII)                 
Además de un vinilo que daba vueltas en mi corazón, Alfama era la voz de Teresa Salgueiro cuando el camarero acompañó a Codorníu a la calle.

La vida ha sido dura con él, y lo sigue siendo... Algo de otro puzzle, del que ya no sé si sabría reunir hoy alguna pieza salvo que fue en Lisboa, me mantiene muy cerca, a su lado, como un ángel; aunque no lo sea exactamente. Por eso, levanto su barbilla a través de un patrón reactivo cuando veo unas cuencas hundidas que miran, con demasiada frecuencia, a los zapatos. 

Con la poca dignidad que aún le queda, Codorníu dobla la esquina lo más recto que le permite el descontrol de la bebida. Calcificadas en el suelo, aún están, sin limpiar, las cagadas de las palomas que nunca fueron a la guerra del Golfo con su voto. Leo sus pensamientos. Los pensamientos de ese yo que cree ser. Se pregunta cuánto karma le queda por pagar o si le ha tocado un puesto fijo en esta pesadilla, sin posibilidad de limpiar su futuro. 

Esta noche, el rastro le lleva hasta mi corazón donde, aunque él no lo note, puedo sentirle y acogerle. Como dos amantes, apartamos una cortina de terciopelo carmesí que deja fuera los miedos y concede una tregua para que todo sea posible. He imaginado para la ocasión un garito llamado Pensĭlis, un latinajo que significa "colgante entre ambos mundos". Me pego a él al pasar la puerta giratoria... no estoy limitada a la forma del cuerpo, y temo perderle en medio del gentío, detrás de otros perfumes. 

No sé el tiempo que pasa. De manera espontánea, me meto en un disfraz que Codorníu podría reconocer si dejara de soñar despierto. Tal vez, me he pasado jugando a los recuerdos, con él nunca se sabe. Voy vestida con smoking negro y pajarita, el pelo brillante de fijador, la bandeja bajo el brazo y una sonrisa única en los labios, reviviendo nuestro pasado por un arrabal de pescadores, barrio de olores y sentimientos, cuna del fado. Como base de la mirada he puesto unos ojos transformados en pozos por la gena.

Pero el tiempo pasa; se aproxima la hora de cierre, y Codorníu sigue sin darse cuenta de mi presencia. Sé que no encontraré otro local abierto a estas alturas de la noche, cuyo mostrador tenga servilletas de papel en las que dejarle escritos que toquen su corazón lo justo. 

Garabateo: «¿Por qué no confías en mí?». Después, arrugo la bolita hasta ovillarla, y la abandono disimuladamente sobre la mesa de mármol donde sé que Codorníu terminará por sentarse en unos segundos. 

 ...Atenta a que suene ¡plof! en el estanque, le observo por el espejo del botellero de la barra.
  

1 comentario :

  1. Me has echo olvidarme por un ratito con esta buenísima historia, de mi realidad.
    Besitos

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